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Icaria

Huir al sol del sordo laberinto,
al eólico sueño de las aves,
como cíngaro o yerba,
como polen de anémona o galanto.
Huir al mar, al piélago de sombras,
desde la oscura cárcel abismada
con las alas de cera
por la orilla
del deslumbrado amor de los sauzales.
Huir y arder en brasas esta carne,
esta piel de amaranto
que respira
un fuego fatuo rojo y fluorescente.
Siempre es el mismo ardor,
la misma historia
repetida en pirámides cristales,
el mismo hervor,
la misma pesadilla,
creerse dios, celícola estepario,
y ser pigargo yerto sobre Icaria.