Y puestos a volver ¡qué nos importa!, qué nos importa el alacrán del miedo, qué el arpegio en las alas del olvido, qué ese hayedo de ayer en que expiramos. Si has de volver ¡qué nos importa todo!, qué importa que mi piel sea como un surco la cicatriz ahora sabe a beso. Si has
Poemas en español
Buscar la luz no es más que desearte, no es más que traspasar tu carne densa, avivar el deseo de lo no percibido, las acequias de fuego donde sucumben siempre las últimas palabras. Buscar la luz es verte diluida en trance del amor, ajena a estatua o diosa, es seguirte las huellas herbáceas y maduras
Ya, ígneo Dios, venías con cítaras y yáculos, trueno o lluvia nupcial sobre mi vientre, catarata sin fondo, a irrogarme de fuego. Era mi sangre, al fin, la nueva raza, bramando como un toro por el pecho del mundo.
Sangro como una fuente por todos los rincones, en todas las criaturas del mar y de la tierra, por el fuego y el aire, en todo lo que hay de ellos, con una inmensa haga inmarcesible. ¿Acaso es que tu amor cuando nos hiere no admite a medias el dolor de amarte?
Ya vuelve el mar undoso. Ya vuelve trashumante. Ya abatido o batiente. Ya vuelve y me derriba. Corzo indócil que lame mi cuerpo por la arena, que tronza remontando mi carne en soledades, que abre surcos de sangre, de amor sobre la herida. Vuelve el mar devorando con ansias milenarias humedades y besos panes peces
Cuando calla la boca también el corazón zurce su miedo, su forma de ignorancia. Mis labios ateridos, como peces de aceite, beben aljez y cieno. Contra mi pecho irrumpe, estalla una mentira. Belfo loco de sangre tu boca en mi garganta. Huele a tierra mojada. El agua crece con luciérnagas. ¡Ven! ¡Agita ramas! Caen las
Todo arde en el fuego: mis huellas en la arena, los cálices de oro y plomo derramados. No hay espuela sin hombre. En el lago del fuego vibra como una espada un deseo acezante de carne y de madera. Todo arde en el fuego esa voz rescatada que de las simas fluye, lengua agraz devorada,
¡Vuelve a mí! Tu mirada sentida como espina o brisa te inaugura. Augura la llegada de los lábiles labios como un ciego designio: el mudo testimonio de Dios y su voz álala. Me devuelves al centro, al culmen, al origen, a los ojos ungidos de amor en la retama y no puedo alcanzarte cuando tu
Quiero creer que el hombre no es sólo un puño negro, una vinta de sangre velejando en la sombra un crepúsculo rojo por donde el sol revienta. Quiero creer, creerte, amar y perseguirte, abrasarme en tu cuerpo como papel ceniza, como harina en el horno, como rosa de ásaro. Quiero creer -¡lo sabes!-, cuerpo nocturno
Escucha, dime, ven. Todos los hombres yacerán si tú yaces. Escucha, si vinieras cabalgando el vaivén de la costumbre, luminaria en la eterna latebra de mi espíritu. Si vertieras la savia del mar en mis caderas: un lívido alimento, un ígneo simulacro. Ven que tal vez los ojos ensoñados se alumbren. ¡Oh, si vinieras, sí